Categoría: sociedad

El tonto del mercedes

Quienes hemos optado por dedicar parte de nuestras vacaciones a recorrer la vasta red de carreteras del Estado, hemos tenido la oportunidad de convivir con dos especímenes altamente nocivos para la salud de la sociedad que los alimenta: el responsable público que no es capaz de programar unas obras de manera que no perjudiquen a quienes las pagan, y el tonto del mercedes.
En principio, el tonto del mercedes es aquel tipo -o tipa- que, para presumir de estatus, incumple sistemáticamente las normas de convivencia. En su inmensa mayoría, están convencidos de que si mi tartana circula a sesenta kilómetros por hora, no es porque haya una señal de tráfico (habitualmente, amarilla por obra y efecto de la improvisación de algún individuo de la otra subespecie antes mencionada), sino porque mi vida -y mi hacienda- no dan más de sí.
Unos kilómetros más tarde, llegas a la conclusión -desde que todo son autovías, las carreteras pueden resultar muy aburridas- de que no hace falta tener carnet de conducir para ser un tonto-del-mercedes. Ni carnet, ni coche. A esta casta pertenecen los que entienden que las reglas sólo están dirigidas a los demás, aunque en ocasiones, y por inexplicable que parezca, ellos mismos hayan redactado las normas.
Me he encontrado con tontos-del-mercedes en la política, en las finanzas, en los clubes de fútbol, en los escenarios… y todos responden al mismo patrón: se desplazan a bordo de su poderío y según sus propias leyes, hasta que te divisan en el horizonte y te lanzan un grito con forma de ráfaga de luz: “-¡Aparta de ahí! ¿No ves que estás estorbando?”. Sospechan -y temen- que en el fenotipo del común de los mortales prevalece el rasgo dominante de invadir su espacio, ralentizar su marcha y ocupar su plaza, cuestionar sus decisiones, denunciar sus contradicciones y rechazar sus arbitrariedades.
Como casi todo ese parque móvil es prestado y con fecha de devolución, los usufructuantes dedican sus esfuerzos -y nuestros recursos- a negociar una prórroga (¡mira que cuesta bajarse!), un plan renove (siempre habrá otro mercedes en el que subirse) o una jubilación honrosa (una retirada a tiempo es una victoria sólo cuando es otro el que paga el puente de plata).
Y encima, cuando un día se estrellan, nos llevan a todos por delante.

Caimanes y campanitas

Dicen que cuando Einstein comprobó los devastadores efectos de la bomba atómica dijo: “-Si hubiera previsto las consecuencias, me habría hecho relojero”. Ignoro si la anécdota es cierta, aunque dudo de que el científico no fuera consciente del alcance de su invento.
Cada acción genera un efecto y no preverlo no nos disculpa; antes al contrario. En las últimas elecciones municipales, uno de cada dos cordobeses que metieron una papeleta en la urna escogió la del Partido Popular, y lo hizo para propiciar un cambio en el gobierno. Las matemáticas nos obligan a concluir que hubo muchos votantes tradicionales de la izquierda que decidieron cambiar el sentido de su voto y confiar en quien -hasta entonces- no lo había merecido. Todo legítimo, respetable y democrático. Lo que me sorprende es que tantos de esos nuevos electores reconozcan no haber medido las consecuencias de su decisión.
En apenas dos meses de mandato, el nuevo gobierno municipal se ha hecho acreedor de un importante número de críticas, firmadas por vecinos, comerciantes, funcionarios, peatones o empresarios. Renuncio a ejercer la defensa o la acusación, pero es de justicia reconocer que nada de lo que los nuevos concejales han hecho se aleja de lo que -expresa o tácitamente- dijeron que iban a hacer.
No me he parado a contar el número de votos que obtuvo el PP en la Fuensanta, pero seguro que fueron bastantes más de los habituales. De manera que, estadísticamente, muchos de los que ahora se quejan de las decisiones de la nueva junta de gobierno han tenido que contribuir, con su granito, a que se sienten donde se sientan. ¿Qué esperaban? ¿No sabían quién iba a ser el responsable de festejos? ¿Confiaban en compartir con él una campanita y una camiseta con la imagen del caimán?
Elegir una papeleta debe de ser un acto reflexivo y consciente, y no es de recibo criticar a quienes votamos porque hagan lo que prometieron.
Quien no sea capaz de prever las consecuencias de sus acciones, que se haga relojero.

Agur, Cajasur

De Cajasur el culebrón cesó.
Terminaron las especulaciones
cegados los oídos con cerones
cuando el Banco de España se reunió.

No valieron las recomendaciones,
ni se oyó el barritar del elefante.
No dejaron cantar la voz cantante,
ni contaron estrellas o galones.

Por mucho que sonara altisonante
la oferta de Unicaja era a la baja
y el bluf de Cajasol, una mortaja
(eso sí, de diseño y elegante).

No verán estos ojos la gran caja
que tú, Griñán, con obsesión anhelas.
No habrán de titilar aquellas velas
que el clérigo apagó sin ver la alhaja.

Mudará los bonetes en chapelas
en vez de una paloma, un txantxangorri.
Egun on, BBK. Ongi etorri.

Agur, Cajasur de mis entretelas.

Sobre mi estado de ánimo. Soneto.

Repuesto de las fotos de las niñas.
Resacoso de fastos de Eutopía.
Harto de verle el fondo a la alcancía.
Herido de Karmeles y Mariñas.

Pifiado de senyeras e ikurriñas.
Cansado de silbar frente a la vía.
Abrumado de flores a porfía.
Huérfano de motines y de riñas.

Anhelante del vino y de las rosas.
Preocupado por las “realzas” de enero.
Ahíto de ocurrencias talentosas.

A la busca de un foro de foreros,
que tenemos que hablar de muchas cosas.
Compañero del alma, compañero.

Elegía a Cajasur

Después de tanto luchar Castillejo…
Después de tantos pulsos superados,
de tantos afectos desafectados,
de quintacolumnistas de Consejo…

Tras zamparse a Mellado y a Castilla,
tras jugar al frontón con Magdalena,
tras amputar los miembros con gangrena
y llegar a Madrid yendo a Sevilla…

Después de combatir la Ley de Cajas…
Después de tanto porfiar con Chaves,
claudica el sucesor, rinde las llaves
en pleno mes de julio y en rebajas.

Por mor de auditorías y amenazas,
todo encaja en la caja de Medel.
Hallóse cura contra el cura aquel
doctor honoris causa en calabazas.

¿Do duermen las cuitas? ¿Do queda el llanto?
¿Do fueron los augurios lastimeros?
¿Quien defiende el “-Se llevan los dineros”?
¿Quién entona el “-No me quieras tanto”?

¿Por qué lo que, hasta ayer, era un expolio
hoy bendice la curia en los altares?
¿Por qué ahora se adorna de alamares
el luto del terror al monopolio?

Hoy ceden detractores y papistas.
Hoy aplauden quienes vociferaban.
Hoy nieva sobre los que calentaban.
Hoy vitorean viejos pesimistas.

Cajasur quedará para la historia
como el reducto que entregó su brillo
cegado por el polvo del ladrillo.
Llegan tiempos de paz. Y, después, gloria.

Cerremos Garoña

Aunque sólo sea por estética, cerremos Garoña. Por lo que representa.
Garoña representa el pasado. Un pasado de ministros de camisa azul con banda cruzada al pecho que presumían de autarquía, régimen y prosperidad.
Garoña representa el derroche. Representa la voracidad energética que no duda en multiplicar los watios por kilos, por megas, por gigas… y ya inventaremos máquinas para consumirlos.
Garoña representa el chantaje. El temor a que se agoten los cheques, las nóminas y los subsidios lleva décadas ocultando aterradores informes sanitarios y concluyentes estadísticas sobre la incidencia de la radiación en la salud de los habitantes de la comarca.
Garoña representa el egoísmo. ¿Es esta la herencia que queremos legar a las generaciones futuras? ¿Un medio ambiente esquilmado, contaminado, agotado, inhabitable…?
Y, por si fuera poco, los escasos argumentos que se aportan a favor de su continuidad son falsos o están tendenciosamente manipulados:
Mienten quienes dicen que el cierre de Garoña nos hará depender de Francia en materia energética. ¿Acaso esos escasos cuatro mil gigawatios son la salvación? Y, si fuera cierto, ¿por qué estamos exportando energía a Portugal y a Marruecos?
Manipulan quienes aseguran que el cierre de Garoña se notará en el recibo de la luz. ¿Subieron -especialmente- las tarifas tras el cierre de Vandellós (en 1990) o de Zorita (en 2006)?
Ocultan la verdad quienes declaran que Garoña es una central segura. ¿Ya han olvidado los innumerables ‘pequeños’ incidentes, los vertidos de aguas radiactivas al Ebro, las nueve paradas no programadas que se han registrado en lo que va de año? Varios componentes internos de la vasija del reactor sufren agrietamiento múltiple por corrosión, que ya afecta al 70% de las canalizaciones del sistema de frenado de la reacción nuclear.
Ponen en duda su propia credibilidad quienes certifican que las centrales nucleares no contaminan. Hay estudios más que suficientes para, al menos, ser prudentes y cuestionar la inocuidad de las emisiones, y para poner en duda nuestra capacidad de neutralizar los vertidos, los residuos y los desechos.
Podemos vivir sin Garoña, una instalación diseñada (con la tecnología de 1966) para resistir 40 años, y dimensionada (bajo los parámetros de viabilidad económica de 1970) para ser amortizada en 40 años.
Garoña ha cubierto su etapa. Gris, sucia y despreciable. Ahora toca cerrar Garoña.

Soneto al hartazgo dominical

Harto de ver a Alonso dando vueltas,
de oír que Martitegi está en el trullo,
de interpretar a columnistas cuyo
único fin es hilar palabras sueltas.

Cansado de ver pelis (serie B),
de no encontrar mesa en la Corredera,
de estar pendiente de una delantera
que sólo mete goles con el pie.

Hastiado de buscar alternativas
y apenas conseguir dar un respingo.
De navegar remansos de aguas vivas…

De intuir que seré carne de bingo…
De vagar y rendir expectativas…
No puedo más. ¡Qué hartura de domingo!

La invasión de los caracoles

Aunque parezca el título de una película de ciencia ficción -nada más lejos de mi intención que sembrar la alarma-, sólo quiero proponer una reflexión: ¡qué de puestos de caracoles se han abierto este año!
Centenares de millones de estos gasterópodos ocupan, desde hace algunas semanas, nuestras plazas, jardines y aceras. Eso sí, a fuerza de hervir en los peroles, los desgraciados animalillos apenas si pueden disfrutar de la invasión, y sólo -como el Cid Campeador- se apuntan la victoria después de muertos.
Y conste que a mí me gustan. Chicos y gordos, picantones y cabrillas. Me gustan por su sabor y, sobre todo, por lo que mantienen de aperitivo de pueblo, humilde y tradicional. ¡Cuántos recuerdos acompañan a cada trago caliente -muy caliente- de caldo con sabor a hierbabuena y cáscara de naranja!
Además dicen que estos moluscos son de lo más nutritivo. Contienen el 98% de los aminoácidos esenciales para el ser humano; el 80% de su carne es agua, y rica en sales minerales y vitaminas; alcanzan hasta un 16% de valor proteínico, y apenas un 0,5% de aporte graso. ¡Pues por eso va a ser que, cada día, los cordobeses damos buena cuenta de casi 3.000 kilos de caracoles –tacita arriba, tacita abajo-…!
Tal es nuestra voracidad que a lo mejor habrá que poner en marcha un ‘Proyecto Caracol’ con el que garantizar la supervivencia de la especie. Por de pronto, en su inmensa mayoría provienen del Maghreb, donde se continúa ‘recolectando’ (¿se dice así?) del campo. Aquí, en la península, se ha intentado con la cría extensiva en invernadero, aunque parece que no cuaja y tendremos que seguir exterminando los caracoles morunos.
Pero la invasión a la que me refería era a la de los puestos. Por llamarles algo. ¡Qué distintas las carpas que se montan ahora! Con veladores, cuartos de baño y agua corriente, televisor y aire acondicionado. Veintisiete se han instalado, dicen que por la crisis; debe de ser la única ratio en la que lideramos todos los indicadores. Seguro que mis amigos del Carril Bici, y los de la Comisión de Barreras, y los de la Accesibilidad al Casco, y las asociaciones vecinales… tienen algo que decir, y con razón, acerca de este subarriendo de los espacios públicos.
Yo, por mi parte, lo único que voy a hacer es proponer a la Gerencia de Urbanismo una reserva de suelo -dotacional o de equipamiento- para estos chiringuitos.
Bueno, mejor me espero, no sea que les prescriba otra multa y me echen a mí la culpa.

El día del padre

Cuando yo era pequeño, el 19 de marzo era el día de San José Obrero. A tan tierna edad, no alcanzaba a vislumbrar que aquella celebración no era sino el resultado de sumar el día de San José (el esposo de María) y el día de San José (el humilde obrero de Nazaret a quien Pío XII elevó a próvido guardián de los trabajadores).
Como el sumo pontífice tuvo la feliz ocurrencia de colocar la festividad de San José Obrero el 1 de mayo -y el régimen de la época (1955) no estaba por dar día libre en fecha tan señalada-, durante años, los currelas celebraron el día del Trabajo en marzo, bajo la advocación del divino consorte.
Luego llegó El Corte Inglés (antes Galerías Preciados) y se inventó el día del Padre. Los mayores recordarán cómo en enero nos regalaban una hucha de lata, para que fuéramos echando allí nuestros ahorrillos; después nos llevaban en autocar a la supertienda, abrían la alcancia -en presencia de un notario, casi- y nos invitaban a convertir las pesetillas en un digno presente filial (el cenicero de barro es una aportación posterior, coetánea del marco de macarrones del día de la Madre).
Yo, que seguía sin enterarme de la película, al ver escrito en mayúsculas ‘el Día del Padre’, perdí muchas horas de mi ocio infantil buscando un regalo con el que quedar bien ante el Altísimo, y preguntándome para qué querría el Creador un bote de litro de Varón Dandy.
Por fin un día -prefiero ocultar el momento exacto- advertí que la jornada festejaba el día de los padres, de todos los padres. Pero entonces mi desconcierto fue aún mayor: ¿a quién se le habría ocurrido elegir patrón de los padres a San José?
A mí se me ocurren treinta o cuarenta santos varones con mejor currículum -algunos aún viven- para ostentar tal distinción. Siempre he visto en San José a un abuelete -¿qué quieres? el de mi portal de belén tenía pinta de jubilado- intentando convencerse a sí mismo de que su joven y bella esposa había quedado encinta por la gracia -nunca mejor dicho- de Dios. La historia terminó el día en que leí lo del padre putativo -con perdón-. Pater putativus: persona que se tiene por padre de otro no siéndolo.
¡Qué curiosas las siglas -PP- con que los antiguos lectores de las sagradas escrituras abreviaron el nombre! Y qué curioso que ahora los modernos lectores de los evangelios y el PP, entre otros, traten de evitar que algunos padres -evidentemente, me refiero a los de las parejas homosexuales- reconozcan como propios a los hijos biológicos de sus cónyuges.
Por su culpa se quedarán sin cenicero.

Un mundo con fin

Un cuñado que presume de conocer mis gustos literarios me regaló esta Navidad ‘Un mundo sin fin’. Cuando observó mi rictus al deshacer el paquete, se ‘mediodisculpó’ pretendiendo haberme oído hablar bien de ‘Los pilares de la tierra’. A pesar de esta infamia, por aquello de mantener vivas las relaciones familiares me volví a dejar conducir por Ken Follet a través del Kingsbridge medieval.
(Antes de seguir leyendo, querido amigo, te advierto de que pienso destripar el final del libro; esto es por si, pese a todo, sigues mostrando interés en perder el tiempo con ese montón de hojas de papel, pensado para tintar otros miles de montones de hojas de papel… moneda)
El hombre tiene obsesión por tropezar dos veces con la misma piedra (yo pensaba que era el único animal capaz de hacerlo, hasta que descubrí lo fácil que es tomarle el pelo a mi perro) y yo, cómo no, lo hise (‘hise’: homenaje a Pepe Rubianes, que por fin descansa en paz harto de convivir con tanto imbécil). Esta humilde crítica literaria pretende, únicamente, ahorraros el sufrimiento por el que yo he pasado:
Amigas, amigos. Alejaos de Ken Follet. Y, sobre todo, de Merthin, de Caris, de Philemon, de Godwin… de los quince millones de personajes -uno arriba, uno abajo- que rellenan las miles de páginas del tocho. ¿Alguien recuerda a un protagonista más desafortunado (“Ay, mísero de mí. Ay, infelice”), a un personaje a quien le ocurran más desgracias, a un ser con más paciencia y con más mala suerte, que los ‘buenos’ de ‘Los pilares de la tierra’ y sus bisnietos de ‘Un mundo sin fin’? Y los malos ¿quién es capaz de darme el nombre de un individuo más depravado y con más mala leche que los que el Follet se inventa para putear al personal?
Supongo que este creador de best-seller estará dispuesto a continuar la saga (a ver quién apaga una máquina de hacer dinero), pero, por lo que a mí respecta, a ese mundo le llegó el fin: la peste terminó con los pocos siervos que Ken Follet dejó vivos, el derrumbe del puente ahogó a todos los mercaderes de Shiring y el conde malvado asesinó a todos sus bastardos y a todas las mujeres a las que ultrajó; los monjes perversos ardieron en las hogueras, y el mal gobierno de los nobles causó la pérdida de todas las catedrales, las torres, las posadas y los hospitales de Inglaterra.
Y que, a quien vea a mi cuñado con un libro para mí y no me lo advierta, se le seque la yerbabuena.